Relato ganador categoría A-Concurso de relatos cortos “Maravillas bercianas”.

Lección de latín

Aquel miércoles de aquella Semana Santa yo estaba en Las Médulas, porque mis padres decían que salían más baratas las entradas. En el coche, ellos me explicaron que no me llevaría el móvil al paseo y así me centraría en la fauna y la flora, en el paisaje y en las explicaciones del guía. Estaba enfadada, para qué mentir. Por eso ignoré todo lo anterior.

Cuando fuimos a una cueva en una montaña, el guía dijo: “girad a la derecha”, ¿y qué hice yo? Obviamente, ir a la izquierda y chocarme. Al estar dolorida y enfurruñada, no me fijé en el paisaje tan hermoso que había ante mis ojos. Lo hice desde ese momento y en todo el resto de la visita, pensando ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Me habrán escrito mis amigas? ¿Y mi novio?

Hasta que sucedió. Volvíamos al coche desde el paseo más largo, por petición de mis padres. Me maldecía por haberme puesto los zapatos de plataforma, porque me dolía el tobillo. Cuando faltaban no menos de cincuenta metros para llegar, mis padres encontraron a unos amigos y se pusieron a hablar con ellos. Me cansé de esperar, así que les dije que iría yendo al coche.

Cuando estaba bajando, recordé que necesitaba las llaves. Refunfuñando, subí a pedírselas a mi padre. Entonces, oí un ruido que provenía de detrás de mí. Era un romano, o al menos una persona disfrazada. Pero al verme salió corriendo. Sentí el impulso de seguirle, y así lo hice. Me dolía el tobillo pero no lo suficiente como para pararme.

Corrí todo lo más rápido que pude, saltando arbustos, rodeando rocas… pero cuando estaba a punto de alcanzarle me caí al suelo por un fallo traicionero del tobillo que anteriormente me dolía. A escasos metros de mí, él freno en seco y miró hacia los lados. Me había perdido de vista y, por si acaso, quería asegurarse que yo no estaba. Pero estaba, y vi con mis propios ojos cómo se metía en un portal hacia lo que parecía ser la Edad Antigua. Suena disparatado, y lo es, pero aún hay más.

Mis padres me preguntaron dónde estaba y les dije que estaba viendo el paisaje, lo cual no era del todo mentira. Volví a casa pensando en eso y no me acorde en lo empeñada que estaba en coger el móvil. De hecho, pensé en el suceso hasta la hora de irme a la cama.

Eran las tres de la madrugada aproximadamente cuando me desperté por un zumbido, seguido de una mini explosión. Me pareció oírlo en el salón, así que me levanté y fui a ver de dónde provenía ese sonido. No podía creerlo: Aquel portal que vi en Las Médulas, que fue mi único pensamiento en el resto del día, estaba al fondo del salón.

Dentro estaba asomado el romano. Me ordenó con señas que me vistiese. No sé como lo entendí, pero lo supe de inmediato.

Cuando terminé, fui donde él y me dejo espacio para entrar.

El cuarto estaba oscuro, hasta que una franja de luz apareció, y cada vez se hacía más grande. Entonces, el romano me dio una lanza y un escudo y, acto seguido, atravesó el portal para entrar el salón. Antes de que pudiese hacer nada, se cerró con él dentro.

Me había metido en un buen lío. El tipo que yo pensaba que estaba disfrazado me ha tendido una trampa, porque vi un león a lo lejos y supe que estaba en Roma, pero eso no es muy relevante. Había visto muchas series, comics y libros, pero una nunca piensa que le va a pasar. Luchar con un león.

Tenía que salir de aquí, de este coliseo, de Roma, de esta pesadilla. Pero antes, tenía que deshacerme de este animal, que desde mi posición olía demasiado fuerte para que aquello fuese un sueño. Salvo que mi madre tuviese razón cuando me dijo aquello de “cada día sueñas mejor”. Aún ahora me lo planteo, mientras el romano trata de explicarse.

Hueso Épico

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